La
Historia ha sido siempre vapuleada por el poder. Cuanto más poder autoritario,
más vapuleo. Ningún régimen político se ha escapado de esta tentación, pero sí
es cierto, que la democracia permite instrumentos para que la investigación del
pasado se haga de la manera más rigurosa posible. No así las dictaduras o el
nacionalismo, que siempre han reescrito la historia acomodándola a sus
intereses.
Sin
embargo, ahora que en España hay una democracia consolidada, según nos dicen los
que no quieren que se consolide de verdad, la derecha se ha lanzado en tromba a
blanquear el franquismo y presentarnos al dictador como una víctima a la que no
se la deja descansar en su lecho mortuorio. Incluso van más allá, al cuestionar
que la democracia no tiene derecho moral para retirar a Franco los honores que
todavía sigue ostentando.
No
voy a comentar lo que la extrema derecha está diciendo estos días sobre la
República, intentando mostrarla como un nido de rojos vengativos, confabulados
para destruir España. Eso ya nos lo han dicho durante décadas, y por lo que se ve
el discurso no ha cambiado[JMG1] con el tiempo. Franco, para la extrema
derecha sigue siendo un ídolo, motivo suficiente para que procuremos tenerla en
cuarentena. Lo he repetido mil veces: democracia y fascismo son como el agua y
el aceite: incompatibles.
Lo
preocupante es que la derecha, supuestamente democrática, esté justificando ese
discurso profascista de la historia, suscitando el blanqueamiento de la
dictadura franquista con exabruptos históricos, y amenazas guerracivilistas,
que sólo conducen a dar más alas a la extrema derecha. Ni que decir tiene, su
alianza con el fascismo del siglo XXI, para obtener poder sin ningún tipo de
catadura moral. Quizá sería bueno que la fiscalía, tan diligente en algunos asuntos,
empezara a intervenir cuando dirigentes políticos de la derecha y la extrema
derecha hacen declaraciones que solo tienen como objetivo sembrar el miedo de
una parte de la población, fundamentado en el odio a los que no piensan como
ellos.
Hay
algunas verdades histórica, que la democracia debería defender por encima de
todo: Franco fue un dictador, que llegó al poder después de ganar una guerra
civil; el franquismo fue una dictadura; las dictaduras no solo encarcelan y
matan disidentes, también empobrecen a la mayoría de la población; el
franquismo fue una máquina de represión diseñada y alentada desde el Estado y
La Iglesia Católica; un dictador no puede estar enterrado con honores de jefe
de Estado del máximo nivel en una democracia; las raíces del franquismo son tan
profundas, que después de cuatro décadas de democracia la derecha española
sigue siendo franquista.
Vivimos
una anomalía histórica, que la Transición no pudo o no quiso solventar, pero ya
es tiempo de ponerla fin. Nuevas leyes que defiendan la democracia de sus
enemigos; educación para crear una ciudadanía democrática y no susceptible de
caer en el discurso fácil y populista del fascismo; o enseñar en la escuela
nuestro pasado con rigor histórico, para que nadie pueda salir diciendo barbaridades
inventadas sobre la historia sin pagar
un precio social por ello.
Si
seguimos creyendo que la Historia se puede manipular al antojo de ideologías,
partidos o líderes políticos, poco habremos avanzado y seguiremos siendo pasto
del populismo ideológico, tan de moda últimamente.
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