Publicado en Levante de Castellón el 15 de junio de 2018
Estos últimos días vengo
haciéndome una pregunta: ¿Cómo es posible que después de cuarenta años la
derecha española todavía siga defendiendo el legado de la dictadura de Franco?
Se puede entender, que los nostálgicos del dictador se aferren a su figura y a
los símbolos de la dictadura, como una manera de sobrevivir a los recuerdos de
un patriotismo ramplón que desfilaba al Paso de la Oca marcado desde el Palacio
del Pardo. Pero que Partidos que se definen democráticos estén impidiendo el
desarrollo de la Ley de Memoria Histórica y defendiendo los símbolos franquista
que aún quedan en España, dice mucho de las carencias que tiene esta
democracia, sobre todo por el ala derecha del espectro político, que ni siquiera
es capaz de responder con contundencia, democrática eso sí, a los resabios de
la dictadura que todavía quedan entre nosotros.
Viene
esto a cuenta de la polémica que ha surgido en Castellón por el derribo de
algunas cruces franquista en localidades como La Vall d’Uixó o la capital.
Polémica alimentada por la derecha provincial, que dice bien poco de la calidad,
como demócratas, de algunos de sus representantes. Porque defender, como lo
están haciendo algunos dirigentes del Partido Popular y de Ciudadanos en
Castellón, la permanencia de símbolos ofensivos para la democracia en
localidades de la provincia, es alimentar el sueño, para algunos y quizá para
ellos, de que la dictadura todavía está entre nosotros al hacernos rememorar
día a día la España de la “Montañas nevadas y bandeas al viento”, como un
pasado del que todavía se puede reivindicar algo.
Decir
que para no revolver viejas heridas, es mejor que las cruces en honor de los
caídos por Dios y por España, deben seguir en las plazas y los parques, es
torticero, porque las heridas siguen abiertas y no se cerrarán hasta que esta
derecha, cada vez más ultramontana, deje de defender el franquismo y de poner
palos en las ruedas de la memoria histórica. Es una demagogia cuando se dice
que los símbolos de la dictadura deben estar ahí para que nunca la olvidemos.
Donde tiene que estar la dictadura bien explicada, con rigor histórico, es en
los libros de texto o de historia, pero no en las calles, porque una cruz de
los caídos, por mucho que se la haya querido lavar la cara, no es un recuerdo
del pasado, sino una exaltación del franquismo y su régimen fascista. No hay
ningún país democrático que no haya eliminado de sus callejeros y de sus
plazas, cualquier vestigio que rememorara el fascismo que imperó en algún
momento de su historia. Sin embargo, en España seguimos obligados a vivir con
ello.
Pero
lo que más vergüenza ajena produce, es que algunos dirigente del PP y de CS
hayan decido utilizar la defensa de los símbolos franquista como arma
arrojadiza electoral. Eso nos da una idea de la talla política de algunos de
ellos (estoy seguro que tanto en un partido como en el otro hay dirigentes que
deben estar sonrojados por la torpeza política a la que estamos asistiendo),
que incapaces de hacer una oposición digna de tal nombre, no tienen empacho en
agarrarse a Franco, para justificar su acción política. Triste que sea así, y
que no se den cuenta, que están alimentando un monstruo dormido en España
durante décadas, con sus acciones. Si es
que ellos/as no son miembros activos de ese monstruo.
Las
cruz de La Vall d’Uixó y la de Castellón, como otras tantas, por mucho que se
les cambie el nombre o se quiera que parezcan monumentos a la reconciliación,
no dejan de ser símbolos que la dictadura puso allí para recrear su poder y
recordar a quien quisiera oponerse a ella, que la guerra contra el rojo no
había terminado. Además, es un recuerdo demasiado explícito de la empática
colaboración que tuvieron la Iglesia y la dictadura, y eso en una sociedad
democrática y aconfesional no se puede tolerar. Por eso las cruces deben
desaparecer y si se quiere hacer un
monumento que recuerde a las víctimas de todos los terrorismos, de todas
las violencias, que se haga, pero que sea un monumento democrático y no nos
recuerde un tiempo gris y demasiado dramático para millones de españoles,
excepto para la derecha empeñada en defenderlos.
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