De José Manuel González de la Cuesta
A parte de los estudios históricos, el
pasado de un país también se puede conocer a través de las novelas que hablan
de él, porque éstas aportan una mirada de los acontecimientos más introspectiva
y subjetiva, lejos del análisis frío de los datos históricos. Y la subjetividad
es el retrato de la manera en que los personajes de una novela viven la
historia que se está gestando a su alrededor. A nadie se le escapa que novelas
como “Tiempo de Silencio” de Luis Martín Santos o “La colmena” de Camilo José Cela, han sido fundamentales para conocer la miseria
que se vivía en la España de los años 40, o que “Soldados de Salamina” de Javier
Cercas nos muestran una realidad diferente de cómo se vivía la Guerra
Civil, más allá de los grandes acontecimientos políticos o bélicos. Las novelas
son unas excelentes aliadas de la intrahistoria, esa que se escribe con
minúscula, pero que es grande por ser capaz de darnos a conocer la vida en un
patio de vecinos o en un palacio de la alta burguesía.
Es esencial, por ello, que la
historia esté novelada, y personalmente pienso que el siglo XX español lo está
poco, a pesar de tener algunas obras excelentes. Esta insuficiente ficción
escrita de lo que ha sucedido en los últimos cien años, nos puede estar dando
un visión sesgada o manipulada de los acontecimientos y, sobre todo, de la
manera de vivirlos por parte de la sociedad. Por eso la novela de Antonio Muñoz Molina: “La noche de los tiempos” es una obra
necesaria en el camino del conocimiento de nuestro pasado. Se trata de una novela
valiente al trascender a las banderías que inundaron las calles de Madrid de
odios y venganzas, en los meses previos al golpe de estado de Julio del 1936, y
el terror instalado en sus calles por las diferentes milicias, sin control, que
tomaron la ciudad aplicando la justicia que se ajustaba a su credo político.
Antonio Muñoz Molina, de virtudes
literarias sobradamente conocidas por todos, aporta luz a ese periodo de la
historia de España, a mi juicio, poco conocido y muy vilipendiado, mediante la
construcción de un personaje perteneciente a la alta burguesía republicana, en
torno al cual pivota toda la narración. Una aventura arriesgada que solamente
consigue a medias, no porque esté mal trazado el personaje y sus vínculos
narrativos, sino porque escribe una obra descomunal, de casi mil páginas, que
se hace, en algunos momentos, pesada en su lectura, además de la utilización
desmedida de párrafos interminables que no dan respiro al lector. No obstante
su lectura es gratificante y recomendable, si nos armamos de paciencia, ya que arroja una
luz muy interesante sobre acontecimientos de nuestra historia poco contados,
contribuyendo a la narración literaria de nuestro pasado, salvo en lo referente
a la relación amorosa del personaje con una joven norteamericana, que si bien
es un argumento esencial que sostiene toda la estructura de la novela, resulta
tediosa en algunos momentos, por reiterativa y excesiva. Las grandes novelas no
tienen porqué acumular páginas si no se puede mantener el interés del lector. Y
a esta novela le sobran algunos cientos.
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