miércoles, 2 de junio de 2010

La grieta



De José Manuel González de la Cuesta

Existen muchas visiones por las que se pueden contar la historia de nuestros ancestros, esos que los prehistoriadores siempre nos enseñan con cara de mono y cuerpo de humano asexuado, desgarbado y peludo. No se por qué siempre que miro una representación de un homo… lo que sea, me digo: que filigrana de trabajo ha hecho la naturaleza si es cierto que nosotros venimos de estos seres bípedos. Porque realmente hay que echarle imaginación para poder identificarnos con tales antepasados, claro que los arqueólogos han encontrado una solución que suavice nuestra posible animadversión, poniendo muchos años por medio, ciento de miles, y así parece que la cosa es más digerible. Pero qué le vamos a hacer, la teoría evolutiva tiene estas cosas y, de momento, es la más creíble de todas, a pesar de las grandes dosis de imaginación que los científicos le echan al asunto. Pero ¿qué sería de nuestra vida sin un pequeño toque de fantasía a lo que hacemos?
De las otras teorías, las de fundamento religioso, casi mejor no hablar. El creacionismo cristiano, que tan en boga está en EE.UU., y aquí miran con tan buenos ojos obispos y meapilas, resulta casi un insulto a la inteligencia humana: o sea, Dios hizo un hombre, lo dejó a su albedrío por el Paraíso y como se aburría le quitó una costilla ¡et voila! apareció la mujer, no como igual, eso es demasiado para le mente reduccionista de los prohombres cristianos, más bien como esclava; lo que pasa es que algo les falló y la mujer, es decir Eva, quizá también harta de aguantar al pesado del Adán a todas horas, y hasta el gorro de servirle, como tonta no era se dijo: aquí o pringamos todos o no pringa nadie, se comió la manzana y a freír espárragos el Paraíso y la holgazanería de Adán. Esta historia es de película de Búster Keaton, la ves te ríes un poquito, y te vas a tu casa pensando que chorrada acabas de ver, pero que divertida, sobre todo si el protagonista es el Keaton con esa cara de pan relamío que tenía. Las otras religiones, más de lo mismo, parece que la esencia de toda buena religión se sustenta en creer en la bobería de sus seguidores, así cuanto más delirante es un precepto más fácil es que se lo crean, deben pensar los Popes religiosos.
Puestos a fantasear sobre nuestros orígenes, se puede hacer literariamente con el único fin de escribir una novela. Esto es lo que ha hecho Doris Lessing: escribir una narración en forma de novela en la que un supuesto historiador romano nos cuenta, basándose en documentos antiguos que han llegado a su poder, la historia de nuestros primeros pasos en la Tierra. Pero lo más fascinante de La Grieta, título de novela en cuestión, es que Lessing hace un ejercicio de inversión de los roles y le da a las féminas el papel de primeros seres humanos que habitaron nuestro planeta, que se reproducían por inseminación lunar. Un mundo perfecto hasta que empiezan a gestar monstruos sin grieta y sin pechos, pero con un péndulo entre las piernas, que son rescatados a la vida por la intervención de unas águilas que ejercen de protectoras. Lo demás: el reconocimiento del otro sexo, las tensiones entre grietas y péndulos, en definitiva, la construcción de un mundo de convivencia difícil pero hermosa y de dependencia mutua, lo tendrán que leer ustedes, si quieren. Pero no les quepa la menor duda que esta historia contada con la maestría de Doris Lessing no es ni más ni menos creíble que la que nos cuentan algunas religiones sobre los orígenes de la especie humana. La ventaja que tiene es que La Grieta es una novela que les hará disfrutar y pensar.

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