jueves, 11 de diciembre de 2025

Dossier "Miradas que hablan"

 

Miradas que hablan 

Armando B. Ginés

Alicia Castaño Mayorga



 Sinopsis                                                                                     

“Miradas que hablan” es una paseo artístico literario por la belleza en su grado máximo. Concebido como un dialogo entre texto y collages, que encajan como un guante perfectamente adaptado a la mano. Sus autores: Armando B. Ginés y Alicia Castaño Mayorga, hacen una propuesta que se adentra en los caminos de la seducción y el erotismo como una reivindicación de la mujer con identidad propia, que hace del libro una hermosa declaración feminista, pleno de sensualidad poética.

Alicia Castaño Mayorga, crea unos collages que van más allá de un simple corta pega, dotando a sus creaciones de una sensibilidad artística, que son toda una recreación para la vista. 

Armando B. Ginés, utilizando la técnica del diálogo entre personajes míticos e históricos, da un sentido literario a los collages, mediante una escritura refinada y poética, que se funde en un todo de belleza artística, como si texto y collages fueran una expresión única de arte, con mayúsculas.

El libro consta de cincuenta collages, con sus correspondientes textos, que se pueden resumir en el siguiente escrito de Armando B. Ginés: «Mientras yo contemplaba a Alicia, ella observaba los alrededores y su mundo interior, traduciendo sus emociones, intuiciones, tormentas, inquietudes y sentimientos en elaborados, artísticos e íntimos collages que yo miraba a mi vez recogiendo las elocuentes palabras que brotaban espontáneamente de la poesía, la sensualidad y la magia que de ellos se desprendía».


Los autores                                                                                


Armando B. Ginés, es escritor, diplomado en Guion y Dirección Cinematográfica TAI, analista político, creador de contenidos. Pero sobre todo es un trotamundos de distancias cortas pero intensas. Nacido en Madrid, de sangre extremeña y manchega. Autor de varios libros de temática diversa: crónica histórica, cultura, filosofía, política…, es el lema de su vida:

·         Vientos contrarios (2021)

·         Huérfanos de historia y utopía (2018)

·         ¿Dónde vive la verdad? (2016)

·         De la sociedad penis a la cultura anus  (2014)

·         Pregunta por Magdaleno (2009)

·         Primera crónica del movimiento obrero de Aranjuez (2007)

Alicia Castaño Mayorga, Gaditana de nacimiento y madrileña de adopción. Lo suyo es crear collages. A ratos, pinta y escribe. Amante de los árboles, la ópera, el teatro, la música clásica, la fotografía y el arte en general. Disfrutar es su palabra favorita.

Es Especialista Universitaria en Coaching,  Inteligencia Emocional y PNL.


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lunes, 1 de diciembre de 2025

¿Y si convocar elecciones no fuera tan mala idea?

 


No sé qué decirles. Después de tocar arrebato a todos los españoles de buena voluntad contra el sanchismo, que tiene al país al borde de la quiebra, incluso que es culpable de la propagación de la peste porcina, por no dejar a los cazadores que pongan solución al problema, según el conseller de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Generalitat Valenciana, Miguel Barrachina, no parece que la llamada a salvar España de Núñez Feijoo haya tenido mucho poder de convocatoria. Casi mejor así, porque para escuchar la retahíla de adjetivos, tantas veces repetidos, del presidente que no quiso serlo y a la ínclita presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, asegurando que ETA está preparando el asalto al País Vasco y Navarra, mejor quedarse en casa o en el bar tomando el aperitivo, que de tonterías y farrucadas, la buena sociedad de toda la vida, también se cansa.

                Lo cierto, es que para tamaña gesta, 50.000 asistentes no parecen muchos, después de las cifras a las que nos tiene acostumbrados la derecha, que nunca bajan de medio millón de entusiastas manifestantes. Uno siempre piensa que los españoles, españoles, tienen muchas ganas de ajustarle las cuentas al Perro Xánchez, no por el montaje de la corrupción que PP, Vox y judicatura tienen organizado contra su familia y PSOE, que de eso casi es mejor no hablar, porque para adalid de corrupciones y corruptelas, ya está el Partido que pagó su sede con dinero oscuro, sino porque el Perro Xánchez gobierna de manera que a ellos no les gusta y les rasca el bolsillo y el tronío de clase. No quiero decir que esté perdiendo fuelle el binomio PP/Vox, aunque en los últimos tiempos, y para desgracia verdadera del país, el aire sopla más hacia un lado que hacia otro. Pero desde luego, tanto esfuerzo y griterío para no llenar ni el estadio Metropolitano, debería hacer pensar a los populares que se puede estar abriendo una grieta en su estrategia a derecha e izquierda.

                Sin embargo, en una cosa voy a dar la razón a Núñez Feijoo. Desde mi modesta opinión, Pedro Sánchez debería convocar ya elecciones legislativas. A pesar de que a muchos no nos guste, la legislatura está agotada, sin posibilidad de avanzar y su dilatación en el tiempo, lo único que va a provocar es más desafección política, para regocijo de la extrema derecha, ante la visión de un gobierno incapaz de sacar nada del Congreso, convertido, además, en gasolina para una derecha echada al monte de la destrucción democrática, que sólo se la puede frenar desarticulando su discurso de dictadura sanchista, a la que tan afín son Díaz Ayuso, Abascal, Feijoo, Tellado y compañía.

                Es cierto que van a quedar en el tintero del gobierno muchas iniciativas, pero no es menos cierto, que conforme entremos en periodo electoral, Junts va a endurecer su discurso, tan afín al PP, por sus problemas con la extrema derecha, y Podemos, en ese intento desesperado de salvar algún mueble o captar votos del desaliento aburguesado del 15-M, va a hacer cada vez más difícil que el gobierno pueda aprobar cualquier Ley. Sin embargo, la única manera de que las fuerzas progresistas tomen aliento y salgan de la apatía que se va instalando en su espíritu, ante la incapacidad del gobierno de sacar la cabeza del lodo que ha convertido la derecha del Partido Popular y Vox la política española, es convocar elecciones y que los españoles decidamos, a pesar del miedo que nos provoque esa decisión.

                Es en una campaña electoral donde la izquierda tiene que descubrir ante los electores cómo ha cambiado España y sus vidas, desde que ella y los progresistas  gobiernan. Explicar qué medidas faltan por aprobar, y qué sería necesario para poder aprobarlas, con firmeza, y exigirle al Partido Popular que enseñe su programa. Obligar a Núñez Feijoo a retratarse ante los españoles y decirles si las leyes que han favorecido a los trabajadores y trabajadoras, las va a respetar o las va a derogar. Exigirle que diga si se va a plegar a los disparates medioambientales y contra la mujeres de Vox, como ha hecho en Valencia. Si va a derogar las leyes que protegen a los más desfavorecidos, como el SMI, o va a volver a rebajar las pensiones. Es en ese regate corto de una campaña electoral, donde todo el mundo tiene que retratarse sin posibilidad de esconderse bajo epítetos gruesos, bulos y mentiras. ¿Qué va a pasar con la sanidad, la educación, los servicios sociales, la dependencia, los impuestos, las infraestructuras, la igualdad, la protección del medio ambiente, la violencia de género, la vivienda, la política energética, la inmigración, el respeto a las minorías, la política internacional, la cultura, la memoria, el estado de bienestar, etc., etc., etc.? Eso es lo que nos debe interesar y a lo que deben responder los partidos, sin esconder la cabeza.

Acabar con esta legislatura ahora sería lo más inteligente y lo más democrático, una vez que ya no tiene recorrido, incluso si nos pone a los españoles ante el espejo de qué queremos ser como sociedad: si abierta, tolerante, con la mirada puesta en el progreso y el futuro, o cerrada, intransigente, desigual, con la mirada puesta en la nostalgia de un pasado que fue todo, menos bonito.        

martes, 25 de noviembre de 2025

Y el Tribunsal Supremo hizo


He de confesar que me resulta difícil escribir este artículo sin caer en la tentación de la crispación y el enfrentamiento político vano, que sólo conduce a menos democracia y más extrema derecha. Intentaré ajustarme a una visión, exclusivamente, de defensa de la democracia como sistema político que se basa en la tolerancia, la concordia, la justicia y el bienestar, además de la libertad y la igualdad. No es poco lo que acabo de escribir. Pero sin estos valores, como faro que ilumine el país ante la negrura del nuevo fascismo que campa, cada vez más a sus anchas, por valles, montañas, llanuras, tribunales, púlpitos y medios de comunicación, nos podemos encontrar con sentencias, adelantada en forma de fallo judicial, como la que condena al Fiscal General, sin más argumento probatorio que las suposiciones de la acusación y las ganas de una gran parte de la judicatura de ajustar cuentas con un fiscal que nunca quisieron, y ya desde el minuto uno de su nombramiento se propusieron quitar de en medio, y horadar, un poco más, como termitas justicieras, el edificio que sostiene al gobierno progresista y su presidente. Un dos por uno, vamos.

El problema, es que esta utilización torticera de las instituciones que está haciendo la derecha actual; este servilismo de la judicatura, por lo menos en sus instancias más altas: Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo, etc. (tienen clavada la espina de no tener colonizado el Tribunal Constitucional, por eso arremeten cuando pueden contra él), va socavando día a día la confianza de la ciudadanía en la democracia, y cuando esto sucede, como podemos observar si miramos un poco al pasado, la extrema derecha hace caja.

No es nuevo que el Tribunal Supremo se esté convirtiendo en algo parecido al antiguo y tristemente recordado Tribunal de Orden Público del franquismo. Y no lo digo por hacer una gracia. En los últimos años, sobre todo desde que se aprobó la Ley Mordaza y el Partido Popular lo colonizó desde los tiempos de J.M. Aznar, y lo tomó al asalto con M. Rajoy presidente del gobierno, no el M. Rajoy de los papeles de Bárcenas, que ese no se sabe quién es, se han sucedido las sentencias condenatorias de cantantes, cómicos, sindicalistas, feministas y políticos de la izquierda radical. Acuérdense del diputado de Podemos Alberto Rodríguez, que fue condenado por el Tribunal Supremo por, “supuestamente”, agredir a un policía en una manifestación, teniendo que dejar su escaño en el Congreso, siendo luego anulada parte de la sentencia porque según el Tribunal Constitucional, el diputado sufrió una desproporcionada condena que lo expulsó del Congreso. Veinte años de mayoría conservadora afín al Partido Popular, con Manuel Marchena presidiendo la Sala de lo Penal, han dado para mucho: desde el juicio del Procés, con un fuerte olor a tufo nacionalista español; a la negativa de aplicar la Ley de Amnistía; a la falsa causa abierta contra la jueza y diputada de Podemos Marina Rosell; o a la sentencia de los ERES en Andalucía, en fin, a modo de ejemplo.

Volviendo a la condena del Fiscal General, no voy a hablar de golpe de Estado judicial, que es una palabra muy gruesa, pero sí parece que todo apunta a que se está cumpliendo aquella frase del gurú de la derecha española más rancia y conservadora, J.M. Aznar: “El que pueda hacer que haga”. Algo que el Tribunal Supremo, o por lo menos una parte de él, se ha tomado en serio, a tenor de lo visto.

El daño ya está hecho, y no me refiero al Fiscal General, sino a la desconfianza que este fallo judicial (la sentencia es ya algo de puro trámite, porque tienen que justificar la condena, aunque sea reconociendo que la Tierra es plana), va a generar en la justicia española un desapego, que si ya de por si venía siendo difícil no tener, ahora lo hace imposible.

Pero a la derecha española, dimitida de la voluntad de mejorar España desde sus postulados, tan respetables como cualquier otro, lo único que le interesa desde J.M. Aznar es obtener el poder que otorga estar en la Moncloa, aunque sea dinamitando la democracia y el país. Eso es lo que nos demuestran cada día, en cada declaración, en cada titular de sus medios afines y, ahora, desde hace un tiempo, en la utilización de la judicatura, de mayoría conservadora y endogámica, como recurso inapelable para alcanzar el poder político, que es el único que les falta, para que España vuelva a ser un coto de caza privado, para su uso y disfrute exclusivo, aunque tristemente se parezca cada vez más a “La escopeta nacional” de Berlanga. El Fiscal General del Estado, es sólo una pieza más en su romería rociera hacia el Sancta Santorum de la Moncloa, y no va a ser la única. Y digo esto sin acritud ni deseando mal a nadie.           

    


martes, 18 de noviembre de 2025

¡Franco ha muerto!

 


No recuerdo muchas cosas de la muerte de Franco, salvo que a los españoles se nos abría una ventana por donde podía entrar el aire fresco que se respiraba en otros países de Europa, permitiéndonos salir de varias décadas en donde sucedían cosas que hoy no se entenderían, a pesar del entusiasmo de muchos que se acercan a la extrema derecha nostálgica del franquismo, que nunca nombran como dictadura, en su intento de blanquear a Franco y su régimen dictatorial.

Cuando Franco murió yo tenía diecisiete años, y a pesar de la edad, que hoy podríamos considerar temprana, pero que en los años setenta del siglo pasado era más que suficiente para tener un cierto grado de madurez, que de la misma manera que nos permitía trabajar desde los catorce años, nos hacía mirar la realidad política y social que nos rodeaba con los ojos muy abiertos, inmersos en el ambiente de cambio y deseo democrático que se respiraba en la sociedad, fuera de los círculos más afines a Franco. No tanto porque fuéramos unos grandes teóricos de la democracia, sino porque éramos cada vez más conscientes de que nuestra vida no se parecía en nada a la de nuestros vecinos del norte.

Teníamos necesidad de cambio, porque las noticias de cómo se vivía en Europa llegaban sin cesar, por efecto de la emigración, porque viajábamos más al extranjero, y gracias al cine, que nos enfrentaba a nuestra pobre realidad, a pesar de los esfuerzos de la censura. Pero no sólo el cine: las artes plásticas, la literatura, el teatro, la música y todas aquellas manifestaciones culturales que la dictadura de Franco no podía controlar directamente, como lo hacía con la televisión (había únicamente una cadena, TVE) o las cadenas de radio, que sólo podían emitir las noticias que servía RNE, llevaban tiempo preparando el camino intelectual y mental para el gran cambio hacia la democracia, una vez adquirida la conciencia de que esta sólo podría llegar con la muerte del dictador.

España y los españoles ya habíamos cambiado el paso desde mediados de los años sesenta, cuando el “gran milagro económico español”, de la mano de los intereses geoestratégicos de EEUU, se había empezado a producir, y el dinero de los “americanos” empezó a llover en forma de inversiones, a cambio de convertirnos en sus fieles escuderos en Europa. La apertura decretada por Estados Unidos en la ONU hacia el régimen de Franco, hizo que España se convirtiera en un país turístico, al que ya los turistas occidentales, con sus salarios estratosféricos para cualquier español de a pie, podían venir a pasar las vacaciones sin mancillar su conciencia. El turismo fue otro factor de apertura mental de los españoles, determinante para el cambio político que se produjo cuando el dictador murió, después de una cruel agonía, que nos hacía desear, cada vez que salía el equipo médico habitual, que se muriera ya, más por misericordia, que por urgencia política.

De la muerte de Franco me enteré el 20 de noviembre, cuando subí al autobús para ir a trabajar y un señor tenía desplegado el diario Ya, proclamando en la portada, a grandes letras: “FRANCO HA MUERTO”, sobre un retrato del dictador vestido como un apacible abuelito. Ese fue el preludio de un silencio espectral, que se respiraba entre los que íbamos en aquel autobús de la línea 60 de la EMT de Madrid. Cada uno de nosotros, ensimismados en nuestros pensamientos, todavía ocultos por temor a que algún elemento de la brigada político social estuviera de servicio en el autobús; el miedo y la prudencia a cuarenta años de dictadura no se quita de golpe por la portada de un diario. Pero estoy seguro, que siendo un autobús de un barrio obrero, en el fuero interno de cada uno de los viajeros iba creciendo una satisfacción contenida, que al llegar al trabajo estallaría entre los compañeros. Como así me sucedió a mí, al entrar en el banco donde trabajaba y tras la noticia de que ese día se cerraba a las once de la mañana, por respeto al insigne finado, nos reunimos en la cafetería todos los que ya nos dedicábamos a un incipiente sindicalismo, y algunos más, para celebrarlo con café y champán, lo del cava todavía no se llevaba, mientras un lánguido Arias Navarro, con impostada tristeza y llanto forzado, leía un supuesto testamento político de Franco a los españoles.

Hasta la muerte de Franco no puedo decir que tuviera una conciencia política muy afianzada. Como un joven barbilampiño de la época, criado en un barrio obrero en donde la Asociación de Vecinos era un lugar de lucha política, más allá de los problemas del barrio, que no eran pocos -en Orcasitas había una intensa exigencia social en defensa de nuestras casas que se resquebrajaban después de haber sido construidas quince años atrás-, y dando los primeros pasos a una larga actividad sindical, que duró más de treinta y cinco años, todo era una amalgama de confusión y, a la vez, esperanza en el futuro. Vivir toda tu infancia en una dictadura, no es algo que se diluye de la noche a la mañana, y si el deseo de que Franco desapareciera, y con él su régimen nacionalcatólico, era grande, el espacio para las contradicciones era demasiado grande. A pesar de haber visto, con una capacidad de crítica más ajena que propia, bastantes perversidades políticas y situaciones, que si en el momento de vivirlas no ejercieron un poder disidente claro, sí, conforme la conciencia democrática avanzaba, empezaron a tener la dimensión real de vivir en una sociedad reprimida, triste, aburrida y temerosa.

Ya desde julio de 1974, cuando Franco tuvo que ser ingresado y la jefatura del estado cayó, provisionalmente, en su sucesor borbón Juan Carlos, nos dimos cuenta de que la dictadura estaba tocando a su fin y que la democracia sólo iba a llegar si el pueblo (utilizo el término que se usaba en la época) se remangaba y se lanzaba a la calle a exigirla frente a las tentaciones inmovilistas que el Régimen iba a tener. Pero fue la muerte de Franco la que supuso un punto de inflexión en la sociedad española, tan aficionada a los refranes, y ya saben: “Muerto el perro se acabó la rabia”. Había tardado tanto en morirse que dio tiempo a que sus seguidores se atoraran, como esas máquinas viejas que de tanto usarlas se acaban desengrasando y perdiendo fuelle, y que la oposición democrática, que era mucha y abarcaba casi todo el arco político, se pudiera preparar con calma para lo que vendría después de la desaparición del dictador. Y lo que vino fue la Transición, tan necesaria y tan dura, con las calles llenas de manifestaciones exigiendo democracia y la cultura, el mundo empresarial y el intelectual volcados en una normalización democrática que no podía esperar.

Si la Transición se quedó corta, fue indulgente con muchos franquistas y poco empática con las víctimas del franquismo más cruel, eso es motivo de otros escritos. Lo cierto es que en esa época, sin la perspectiva histórica actual, sólo queríamos ser un país libre y democrático. Como alguien dijo en otro momento: “A toro pasado, todos somos Manolete”. Pero lo que no es aceptable después de cincuenta años liberados de Franco y su dictadura, es que la extrema derecha reivindique y blanquee el franquismo, con el silencio cómplice de no pocos medios de comunicación, y mucho menos que el rey borbón emérito blanquee a Franco como impulsor en su lecho de muerte de la democracia, en esa especie de memorias justificativas de sus desafueros, que parecen más un tiro en el pie tan habitual en su familia, que una reflexión política seria de sus años de reinado.

Pasado el tiempo, la muerte de Franco supuso que España entrara en una de las etapas más fructíferas, en todos los sentidos, de su historia, por medio siglo. Quizá deberíamos defender eso y explicárselo a los jóvenes que se dejan seducir por cantos de sirena envueltos en la bandera de España una, grande y libre, que sólo esconden el regreso al pasado más cruel de nuestra historia.


martes, 11 de noviembre de 2025

Así que pasen mil años.



Los acontecimientos de los últimos tiempos en este país llamado España, muestran que no ha evolucionado nada desde hace más de 500 años. Las élites históricas, y las nuevas que han ido adaptándose a los usos, costumbres y privilegios de las de abolengo, siguen mostrando, cada vez con más descaro, que España les pertenece, como si fuera un valor más de su patrimonio. No voy a hacer aquí un resumen del enroque que esas élites vienen protagonizando desde que una idea de España más social ha asomado la cabeza, movilizando judicatura, empresariado, rentistas, políticos, Iglesia y nostálgicos de la España Imperial, con el único fin de reestablecer un estatus quo que se remonta a los Reyes Católicos, como veremos a continuación.

            Poco se ha avanzado desde que Isabel y Fernando, tanto monta mota tanto, alcanzaran la corona después de una cruenta guerra civil en Castilla y afianzaran su reinado regando de privilegios a los nobles, con la exención de pagar impuestos, la concesión de tierras, los tribunales especiales y la venta de cargos de la corona, que los hizo dueños de un poder que se ha perpetuado en la historia, adaptado, eso sí a los tiempos, que perdura hasta hoy.

            Esta afirmación, que puede parecer una exageración, tiene su fundamento en  dos razones, que han definido el comportamiento de las élites nobles o burguesas durante siglos, a saber: sostener su poder en las rentas de su patrimonio, lo que sólo se podía mantener con la explotación del campesinado y obreros surgidos al calor de una sociedad industrial, de mentalidad rentista. Un rentismo que hizo de freno al desarrollo industrial de España en el siglo XIX, y que hoy en día sigue condicionando la economía, como podemos ver con el grave problema de la vivienda, asfixiada por la idea de vivir sin trabajar, gracias a las rentas inmobiliarias, que en el caso más extremo conduce a una voraz especulación que todo lo ahoga. La otra razón es la represión de todas aquellas ideas que pusieran en peligro sus privilegios, para lo cual los Reyes Católicos pusieron en marcha el Tribunal de la Inquisición, que si bien inicialmente se creó para defender los valores ideológicos de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, se convirtió en una brutal máquina de represión arbitraria, en donde todo valía, para lapidar cualquier desvío supuestamente doctrinal, pero que en la realidad sirvió para generar un estado de pánico en los habitantes de la corona, que mantuvo a raya cualquier disidencia de la doctrina oficial de una sociedad católico estamental, que alcanzó su máximo refinamiento con Felipe II y perduró hasta el siglo XIX como institución, y hasta nuestros días como centralidad ideológica de las élites.

            Esta situación perpetuada en el tiempo, ha tenido sus consecuencias históricas, impidiendo que España evolucionara como lo hicieron los países de su entorno. Así, por la mentalidad rentista del poder, en donde la burguesía soñaba con comprar títulos nobiliarios, la Revolución Industrial, la Revolución Burguesa, el desarrollo de la ideología liberal y el crecimiento de la clase obrera organizada y reivindicativa, se hizo mal y tarde, por la resistencia de esa clase estamental, de pensamiento absolutista, que durante el siglo XIX tuvo como sostén a los diferentes reyes borbones y en el siglo XX alcanzó su máxima expresión con el acoso y derribo de la República, que representaba el orden burgués y social, con el levantamiento en armas de las élites defensoras de ese viejo régimen, que heredamos los españoles desde el siglo XV.

            La vuelta al pasado la hemos padecido en España durante los cuarenta años de dictadura franquista, un régimen que parecía sacado de una máquina del tiempo, reivindicativo del despotismo más rancio y trasnochado, que nos hizo creer que era mejor vivir en la ensoñación de la España Imperial y los Tercios de Flandes, a golpe de rosario y procesiones, que en un país moderno, subido al tren del progreso social y económico que se desarrollaba en el resto de Europa.

            Cincuenta años después de la muerte del dictador Franco, vuelta a empezar.  La maquinaria del pasado se ha puesto en marcha con todos los recursos a su alcance: medios de comunicación serviles al poder; jueces y comisiones de investigación, que recuerdan demasiado a los Tribunales de la Inquisición, en donde cualquiera podía denunciar sin pruebas y el veredicto estaba escrito de antemano; negación de todo lo que huela a pensamiento progresista; llamamiento a la unidad indivisible de España, una grande y libre; promoción del fascismo más rancio, como expresión máxima de la involución política y social; destrucción del prestigio del adversario político mediante el insulto gratuito y la difamación; uso indiscriminado del bulo y la mentira, a través de las redes sociales; polarización y fomento del odio.

            Esta es la realidad de un país que sigue secuestrado por las clases más retrógradas, ancladas en un pasado, no sólo nostálgico, sino como ideario que únicamente tiene como objetivo que las élites de poder sigan manteniendo sus privilegios, contra los avances sociales y todo lo que representan estos. Así que pasen mil años, siempre, cuando la España de progreso levanta la cabeza, ya sea en 1520, 1868, 1931 o 2020, las mismas fuerzas reaccionarias se alinean, como una conjunción letal de planetas oscuros.

                  

lunes, 3 de noviembre de 2025

Tres eran tres las hijas de Génova

«Tres eran tres las hijas de Elena. Tres eran tres y ninguna era buena». Tres eran tres los presidentes del Partido Popular en la Comunidad Valenciana que acabaron sentados en el banquillo: Zaplana, Camps y Olivas, cada uno por diferentes motivos, pero todos con un denominador común: la corrupción. Y aunque todos se han beneficiado de una judicatura demasiado benévola con los dirigentes de la derecha, su paso por los tribunales no deja en muy buena situación al Partido Popular valenciano. De cinco presidentes de la Generalitat sólo se ha salvado uno de sentarse en el banquillo, Alberto Fabra, y el último, Carlos Mazón, es sólo cuestión de tiempo que tenga que rendir cuentas ante la justicia. Oscuro bagaje del PP valenciano, que siempre está dispuesto a dar lecciones de moralidad y ética política. 

                Ahora, como el despropósito de Carlos Mazón; la sinvergonzonería de un presidente repudiado por una gran parte de los valencianos y quizá, desde la distancia, de los españoles; la caradura de quien dice marcharse después de un año de haber protagonizado el mayor fraude político que un presidente puede desempeñar, no ha habido ninguno. Un año de reírse de las víctimas de la DANA y los valencianos, sin asumir ninguna responsabilidad, ni siquiera cuando forzado por las circunstancias dimite, culpabilizando a todo el mundo, sin ningún tipo de empatía hacia nada ni nadie. Tampoco, haciendo gala de esa cobardía que lo ha llevado a tardar un año en dimitir, deja su escaño en las Cortes Valencianas, amparándose en la inmunidad que le otorga su condición de parlamentario, de la que no piensa dimitir, a ver si con un poco de suerte pasan los meses y se agota la instrucción sin que el haya sido imputado o, por una de esas cosas que pasan en España cuando el Partido Popular gobierna, tiene la fortuna de que a la jueza de Catarroja la sustituya cualquier juez Peinado o Hurtado de turno, como ya lo intentó la consejera de emergencias Salomé Pradas ante el Consejo General del Poder Judicial.

                Un año de componendas estratégicas de Núñez Feijoo y su séquito de Génova. De apoyos miserables, poniéndolo como ejemplo de honestidad y buen hacer. Un año de tratar de utilizar la DANA, para culpabilizar al gobierno central, a costa del dolor de las víctimas y de la dignidad de los valencianos. Un año de palmaditas en la espalda a Carlos Mazón, y de ovaciones, como el gran aplauso que le fue dispensado en el Congreso del PP en Valencia, con abrazos de los dirigentes nacionales. Un año en el que hemos tenido que escuchar: “Quiero darle las gracias (a Mazón) por el trabajo que está desarrollando”, Miguel Tellado el 12 de septiembre en Benidorm. Un año, y cuando llega el anuncio de la dimisión, Núñez Feijoo denuncia que Carlos Mazón ha sido objeto de una cacería, tratando de convertirle en víctima de la pérfida izquierda y las manipuladas víctimas. «Ignorar el mal es convertirse en cómplice de él», dijo Martin Luther King, sin conocer ni a Feijoo ni a Mazón.

                Carlos Mazón se marcha presionado por la sociedad valenciana, no por su partido, que lo ha sostenido durante todo este tiempo, cuando Núñez Feijoo se da cuenta de que la sociedad empieza a considerarle cómplice de Mazón, y esto puede afectar sus aspiraciones de verse en la Moncloa. Porque si no hubiera habido esta presión popular, hoy Carlos Mazón no habría dimitido, forzado por el miedo de Génova, y seguiría siendo el presidente más indigno de la historia de la Comunidad Valenciana.

                Sin embargo, lo más triste es que pase lo que pase a partir de ahora el mango de la sartén lo tiene VOX, al que ya están implorando desde Génova y Valencia. Porque el PSPV está desaparecido, desde que decidió tener un perfil bajo en todo este asunto, quizá por la falta de liderazgo de su candidata a presidenta o porque no le venía ni le viene muy bien abanderar la exigencia de unas elecciones, sabiendo que salen con un caballo perdedor. Parece que el PSPV ha apostado por prepararse para pasar, lo mejor posible, una larga travesía por el desierto que se habita cuando no se gobierna, en vez de asumir su deber de afrontar con decisión un roll de liderazgo, aunque esto pase por cambiar a la candidata a la Generalitat y presentar a los valencianos alguien capaz de dar la vuelta a la situación actual. Porque si no es así, Carlos Mazón habrá sido el mejor escudero de Santiago Abascal en la Comunidad Valenciana.          

Dossier de "Las espías"

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